Desde el barro

Entonces Dios, modeló al hombre de arcilla del suelo,
sopló en su nariz aliento de vida…
Y el
hombre se convirtió en un ser viviente.

Desde el barro… Desde el barro del rancho llegan estas palabras…
Un rancho realizado con latas de aceite que pacientemente se habían recortado, aplanado y colocado  a modo de tejas lisas. Ellas se solapaban unas a otras, para formar unas paredes de chapa que se sostenían en pie gracias a una débil estructura de madera mal hecha; pero suficiente para refugiarse de la intemperie. Las chapas mal clavadas no alcanzaban a detener el viento y la lluvia que inevitablemente se filtraba por cada hueco del inestable cubo. Este se tambaleaba y amenazaba con salir volando en cada tormenta. Con sus endebles patas clavadas en el barro se sostenía como podía y daba cobijo a aquella mujer embarazada que dormitaba en el lecho que alojaba en su interior.
Ella… soñaba con ser poeta, o enfermera. Soñaba con un mundo donde la gente fuera feliz y se ayudaran unos a otros; pero despertó. Una rata que paseaba por los tirantes del techo perdió su equilibrio y cayó sobre la cama en que ella dormía y esto la sacó de su ligero y agradable sueño. Nada más levantarse comprendió que debía salir de allí. ¡Que ya era hora!. El hombre de la casa estaba por llegar y reclamaría aquella cama para dormir.
Por un momento volvió a mirar a su alrededor y observó detenidamente aquel espacio de tres por tres metros donde cabía toda su vida, su universo y todo lo que podía imaginar. Una bombilla colgando en medio de unos cables iluminaba el ambiente y permitía ver el inventario de su mundo. Un primus de bronce, una olla encima y unos sartenes a los lados. Un viejo ropero que servía a la vez para la ropa, los platos y los cubiertos de cocina. La cama donde estaba sentada y una foto de su abuela colgada con un clavo oxidado de un estante de madera que se encontraba encima de la pequeña mesita para comer al pie de la cama. El piso de tierra -ahora mojado- daba un marco amarronado, oscuro, sucio y lúgubre a todo el escenario.
Ella se levantó y se abrigó con todo lo que pudo. Dos bufandas y un gorro de lana complementaron el atuendo… Cerró bien su abrigo para cubrir una panza que ya daba muestras de querer explotar y así salió… al barro.
Dando pequeños pasos, evitando los charcos y manteniendo el equilibrio en algún que otro patinazo, logró llegar al asfalto donde comenzó a caminar. Aceleró el paso sabiendo que iba retrasada y que podría perder el ómnibus… Levantó la vista y se paró de repente… Allí… En medio de la calle; él venía a su encuentro. ¡Su inconfundible perfil la paralizó!… Él se tambaleaba borracho como siempre y cuando estuvo a su lado balbuceo unas palabras casi ininteligibles con las que preguntaba: ¿Que haces aquí?. Ella lo miraba… Pero no lo veía, estaba ida, alejada de su realidad. -¡En su mundo!. Como él le decía habitualmente-
¡Te dije que no quería verte cuando viniera!. -Escucho como a lo lejos. Mientras buscaba en la oscuridad un horizonte hacia donde mirar-. ¡Aún no puedo creer como quedaste embarazada!. ¡Te dije que no tuvieras ese niño!. ¡Mirate!. ¡No tienes para comer y quieres tener un hijo!. ¡Caprichos!… ¡Solo caprichos!. ¡Largate!. ¡No quiero verte!. Una patada en su estómago le devolvió el sentido. El mismo dolor la agacho, y se arqueó para proteger su vientre -ese donde estaba el niño que ella pensaba tener-. Otro golpe en su cabeza la sacudió pero ella ni siquiera se inmutó. Ya estaba fuerte, endurecida, preparada para recibir estoicamente lo que viniera. ¡Lárgate!. Escuchó nuevamente mientras aquel que alguna vez había sido su amor, su héroe y su esperanza se alejaba en la oscuridad.
Se puso de pié y comenzó a caminar… El ómnibus ya se había ido. Sentía como si fuera a llorar pero hacía años que no tenía lágrimas para hacerlo. Estaba muy débil pero eso no impidió que acelerara el paso más… y más. Casi corriendo escapaba de la lluvia; y del frío; y de la humedad que se colaba en sus huesos; y del miedo.
Abrazando el dolor de su panza con sus manos, comenzó a caminar por medio del asfalto, ahora con paso más firme, Sentía su cabeza a punto de explotar. «Su mundo» ahora estaba cargado de ira, enojo, rabia… y eso la impulsó a caminar… Y caminando salió a la avenida; caminando salió de su ciudad y caminando mucho más; dejó atrás su país para nunca regresar. Porque ella no quería eso para su hijo. Porque ella estaba segura que había otro mundo; ese que ella había soñado muchas veces y ahora… Sabía que lo encontraría.

Último cuento: Desde el barro

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